Los amantes eternos... el Sol y la Luna Cuenta una leyenda que, cuando el Sol y la Luna fueron creados, se amaban con pasión y profundidad inconmesurables, sin medida, intensamente. Eran dos amantes libres; el ardiente fuego dorado de uno, sobre la fría calidez plateada del otro.
Cuando el gran Dios decidió que debían separarse para que el Sol iluminara el cielo del día y la Luna alumbrara suavemente el cielo nocturno, sus corazones, sus almas parecieron partirse en dos. Estaban condenados a permanecer separados por siempre, tratando de alcanzarse y nunca lográndolo, en una danza infinita y dolorosa. El Sol trató de ser fuerte, de fingir estar bien, y lo consiguió destellando fuerte, muy fuerte en el firmamento.
La Luna, sin embargo, no podía soportar la tristeza de estar sin su amado y melancólicamente brillaba en el cielo. El gran Dios, compadeciéndose de ella, le obsequió millones de estrellas, pequeños pedacitos de luz que trataban de acompañarla y consolarla; pero la luna añoraba el fulgor ardiente de su amado Sol, su piel cálida y dorada; y la fría palidez de las estrellas la afligían aún más.
Se sabía sola, condenada a permanecer eternamente buscando a su amor, sin poder alcanzarlo jamás apenas vislumbrándolo en la distancia. El gran Dios volvió a compadecerse de aquellos a los que había separado, y decidió concederles unos instantes de felicidad, con los que habrían de sobrevivir por siempre: los eclipses.
Entonces, cuando la Luna desaparece, escondida, cuando el sol se cubre de su nivea piel, pueden vivir de nuevo libres, amados, felices por unos gloriosos momentos hasta volver a separarse a romperse dolorosamente en dos de nuevo, esperando, anhelando el momento en que puedan volver a ser uno; juntos, libres, amados.
Akasha Vampyr.
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